Papa Grumen : : : : Un mito de hoy, de ayer y de siempre

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domingo, junio 20

 
Vosotros. Cerrad los ojos.
Respirad profundo.
Preguntaros, ¿qué quiero ser de mayor?
Yo ya hallé mi respuesta.
No me arrepantiré.
Vivo porque soy.
¿Qué quereis ser de mayor?
Decid. Con fuerza y tesón,
LO CONSEGUIRÉ.


Escrito por Grumen : : : domingo, junio 20, 2004


 
Y vendrá todo tu cuerpo
y no estaremos presentes.
Cuando nos llames, nos encontrarás.
Pero aquellos que se cansaron
de esperar, tu venida,
ya su alma marchitan,
su pasión escondida,
no volverá a brillar.

Con tu mano divina
posarás en la mente
toda tu sabiduría.
Y aun hay de quien
la quiso rechazar.
A todos vendrás,
no todos estarán dispuestos
a acogerte.

Ilumina pues la oscuridad
que surgió de la ceguera
de una sociedad insincera
y de un futuro por venir
siempre incierto, pero valiente
a la cola y cabeza de nuestros miedos.
Será tu luz la verdad
que vendrá a disipar las dudas,
apagar las penas y
dormir las bestias.


Escrito por Grumen : : : domingo, junio 20, 2004


 
El fracaso.
Ese cuervo negro bañado en hollín
que sobrevuela
ensombreciendo mi débil ánimo.
Ese monstruo de tres cabezas
que acecha
al que me enfrento desarmado
sabiéndome derrotado
antes de empezar la lucha.


Escrito por Grumen : : : domingo, junio 20, 2004


domingo, junio 6

 
Se encontraba entonando el miserere de las cinco, como en England toman religiosamente el té, cuando decidió ahondar en su propia miseria, como quien mete el dedo conscientemente hurgando en la propia herida, ¿con el propósito de inflingirse mayor dolor? Quién sabe, quizás disfrutara con ello.
Él creía vivir felizmente bajo los estatutos reglamentariamente manipulados y presentados en sociedad con la sola finalidad del propio provecho, así como hacen la mayoría de políticos en sus mítines estudiados o así como lo hicieron otros hombres antes que él, ¿y quién no? Todos somos personas de paz, salvo los inconscientes que no sabrán nunca apreciar el amor. Entregado a su virtud.
Aquellas bases míseras anunciadas sin fecha de caducidad pero propuestas fuera de plazo, pues siempre pensó que le había tocado nacer en una época incorrecta para su espíritu inquieto y creativo y las aspiraciones poéticas que ello implicaba. Una razón para existir. Un camino.
Así pues se acogió a una pobreza material y a una riqueza espiritual sin límites. Ni así conseguía redimir su pena ni, mucho menos, regocijar su avaricia.
Ahondando estaba en su herida tratando de dar nombre a su pena: MISERIA.
No comprendía el motivo que le indujo a pensar en ello. Era pobremente feliz.
Pero aún así, no conocía el concepto, solamente la palabra.
En su ansia de matar al tedio y tras la misa, oportuna, y por cubrir su hambruna corporal, deseó profundizar en su conocimiento. Pero como no tenía cerveza a mano para imaginar hasta emborracharse de conceptos, la única solución realista era mirar en el diccionario.
Para su sorpresa "miseria" venía definida como desgracia, penalidad, infortunio. Esto primero, que ya temía, no fue lo sorprendente sino una definición adyacente que más abajo rezaba: avaricia, mezquindad y demasiada parsimonia.
¡Avaricia! ¡Mezquindad! ¡Sabía de qué se trataba! Pero, ¿cómo un mísero podía ser avaricioso? El choque colateral le dejó estupefacto.
¿¡Y lo de la parsimonia!? ¿¡Cómo se atrevía tan mezquino redactor a dar cuento!?
La verdad, y profundizando un poco más, descubrió que no conocía su concepto. Buscó y halló.
Parsimonia: Frugalidad -empezamos con palabras raras- y moderación en los gastos./ Cachaza, lentitud.
Se descubrió parsimonioso, pero no halló mal en ello. Un hombre virtuoso debía conocer los misterios del tiempo que se va para no volver y él sabía dominar y aprovechar al máximo el tempo de su tránsito, quizás para evitar remordimientos.
Y en el apartado de sinónimos: 1. economía, sobriedad. 2. moderación, parquedad, mesura. ¡Cuántas palabras!
Decidió pues que la parsimonia no tenía por qué ser mala, más bien, ya lo intuía. Aunque no podía imaginar que aquel rasgo de su fisonomía personal se llamara de una manera tan sinfónica. "Parsimonia" recreó. Sonaba ciertamente a ceremonia.
Así pues, en todo esto, aun quedaba algo sin encajar. No se decidía todavía a morder el anzuelo. ¿Qué tendrían que ver todos aquellos símbolos
-"moderación" , "frugalidad", "economía", todo ello- con la "avaricia"?
Quizás no se tratara de la misma avaricia en que él pensaba. Aquella "avaricia" ruín que desde bien niño nunca había sentido. Poseía una connotación material tan encarnizada que para nada le semejaba una buena cosa. ¡La avaricia es mala!, concluyó. Siempre lo había creído.
Pero quizás conspirara contra su propia miseria, piesto que enroscando la bombilla mental, dilucidó: "¿y si fuera algo distinto a lo que yo creo?"
"Avaricia". Puede que se refiriera al instinto de conservación, pensó. Quiso averiguar. No tenía más que voltear las páginas, como una paloma bate alas alzando vuelo, para satisfacer tanta avaricia.
Afán desordenado de riquezas. Avidez, codicia.
"¡Lo que creía!", falsamente capeó el temporal.
Afuera seguía lloviendo cada vez más rudo.
Una nueva duda, que era la misma con disfraz de hada: "Avaricia no pega con miseria". Quiso huir de sus miedos, ¿producto de sus propios pensamientos?, pero antes una última consulta le cautivó. Porque justo debajo de la miseria aparecía la misericordia y con ella una nueva sorpresa. Pues se referia a la virtud que inclina el ánimo a compadecerse de los trabajos y miserias ajenos. Compasión, lástima, piedad.
Si no estaba loco era mísero y misericordioso a la vez y, así también, avaricioso, que nada tenía que ver con ser avaro, pues se preocupaba por su familia y amigos y por el bienestas de todo aquel con que se cruzara.
"Quizás sea un fastasma", dudó.
Pero descubrió que Dios también poseía la virtud misericordiosa para con sus criaturas creadas por su mano de la nada. ¿Pudiera estar Spinoza en lo cierto?
Un momento. Seguía sin resolverse el misterio. Vió que mísero se relacionaba con la desdicha y la infelicidad. Abatido, sin fuerza./ Avariento, tacaño./ De pequeño valor.
¿Pudo Cristo, en su propia humildad y alegría, albergar una pena más grande? Y, por tanto, ¿era tacaño? Siempre le habían enseñado que la generosidad era condición divina. Pero, ahora, cuanto más leía, aunque más supiera, menos entendía de su propia vida.
Para nada pasaba por su mente ser un digno semejante de Dios, sólo tomaba su ejemplo en todo momento.


Escrito por Grumen : : : domingo, junio 06, 2004